Encontré una linda palabra...

La primera vez que leí la palabra «feminismo» debo haber tenido 11 ó 12 años. Caminaba con una amiga a la casa de una compañera, por Nueva Seminario, una calle cortita que sirve de atajo muchas veces, pero que a pesar de eso no es muy concurrida. En esa oportunidad me llamó la atención que en la entrada de un viejo edificio, en el lugar donde los vecinos dejaban la basura, habían dos cajas y algunas bolsas con libros y revistas. Por supuesto que ver eso en la basura despertó nuestra curiosidad. Con mi amiga nos miramos y decidimos lanzarnos a intrusear. Es curioso que la palabra haya llegado a mí en ese contexto: en medio de cosas que alguien consideró basura. En mi casa nunca oí la palabra tampoco. Me atrevería a decir que incluso puede que haya sido yo la responsable de introducir el concepto al vocabulario familiar. Antes de ese encuentro en la basura, lo que pensaba y sentía no tenía nombre, pero estaba, lo intuía. No sabía darle forma a lo que pasaba dentro de mí. A medida que fui creciendo, pude ir tejiendo un discurso más coherente, pero siempre con muy pocas herramientas y con un auditorio burlesco, en algunas ocasiones. Hoy en día, la palabra «feminismo» está en todos lados. Creo que no conozco a nadie que no la haya mencionado al menos una vez estas últimas semanas. Algunos tal vez con cierta confusión conceptual, pero la usan, la dicen, la escriben. Los niños y adolescentes que son parte de mi vida hablan de feminismo, saben de qué se trata. Tienen mayor claridad de lo que significa el concepto que muchos adultos bastante cultos. El amor que me produce escucharlos hablar en una reunión familiar me emboba. Y cómo no, si la palabra que encontré en la basura, que nunca escuché en mi casa y que cuando la dije algunos se rieron, ahora está en sus conversaciones como un concepto básico, incuestionable, si se quiere hablar de justicia y respeto.